RAZONES PARA SEGUIR EDUCANDO



Razones para seguir educando
Lorenzo Tébar Belmonte

“La educación se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo
y en perpetua agitación y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él”.
 (J. Delors (1996): La educación encierra un tesoro. Madrid: Santillana-UNESCO, pág. 95).

A pesar de todo… la tarea educativa sigue siendo de absoluta necesidad en nuestro tiempo. Los diversos estudios de instituciones prestigiosas, como la OCDE y la UNESCO, en torno a las crisis actuales, denuncian el vacío social, la violencia, los fundamentalismos, la marginación…, y nos inducen a situar la Educación como la solución imprescindible para equipar a los educandos para las acometidas futuras de una sociedad incierta. Se constata una gran deserción de los profesionales de la Educación en busca de otras funciones en la sociedad menos desgastantes y mejor remuneradas, lo que plantea el auténtico problema moral en Europa, especialmente. En estas circunstancias la Educación se presenta como estructura imprescindible y el escenario más recurrente de socialización y de formación ética, el ámbito de inclusión, donde “todos los educandos aprenden a descubrir el tesoro que llevan dentro” y a vivir juntos. La educación se convierte en el excepcional ámbito humanizador, forjador de autonomía y de formación integral. Acometer la maravillosa aventura educadora exige que las políticas educativas y de formación de los profesionales se cimenten sobre sólidos principios, para que motiven y acrecienten la autoestima y la plena dedicación de los educadores a tan noble misión. Muchas pueden ser las razones motivadoras que podemos abogar, pero seleccionamos y explicitamos sólo algunas:
  1. La Educación encierra un tesoro por descubrir en cada persona. Educación es una palabra talismán llena de profundos retos y significados. Sin educación los talentos y potencialidades no afloran en su plenitud. Educar es la experiencia vital  para el desarrollo integral de la persona, es experiencia ética imprescindible, es la puerta y el fundamento para una formación cimentada en los derechos humanos, en la dignidad, el respeto y la igualdad de oportunidades. La educación es una maravillosa e interminable utopía de perfección, es la aventura contra-corriente, en busca de la verdad, la libertad y el bien. Cada persona está llamada a desarrollar sus talentos, a ser plenamente. Sin educación no se propicia la eclosión de todas las potencialidades que el ser humano lleva en germen. La educación nos constituye en colaboradores imprescindibles para llevar a cada alumno a su plenitud personal. A través de una Pedagogía con rostro humano podemos asegurar el impacto que trasciende para toda la vida de la persona. La educación nos asocia a la paternidad en el milagro de contribuir a la plena realización de cada ser. Estos argumentos cimentan las razones de autoestima de esta noble misión educadora.
  2. La Educación es transmisión e inserción en una cultura, y la escuela es crisol y puente del tesoro acumulado por nuestros mayores y que crea lazos y da continuidad sentido, dignidad e inclusión social. La educación se cuece en el clima de relaciones cálidas entre educadores y educandos. Aunque el conjunto de materias que constituyen el currículo de aprendizajes tenga sus limitaciones, la labor interdisciplinar se hace imprescindible para adquirir una visión global, no segmentada de los saberes, que impregna de auténtico sentido los conocimientos y la ciencia de todos los tiempos. Hoy todo educador debe presentarse ante sus alumnos como referente de valores, sobre todo por su testimonio personal, siguiendo las huellas de los grandes maestros: “Sócrates y Cristo son los arquetipos del maestro”. Todavía con mayor contundencia se expresó el Papa Pablo VI sobre el valor del testimonio: “El hombre contemporáneo escucha de buena gana el testimonio de los maestros, y si escucha a los maestros, es porque son testigos”.
  3. La Educación ayuda al ser humano a saciar su sed de sentido de la vida, para lo cual son necesarios guías, expertos mediadores que tiendan puentes y ayuden a salvar escollos y tracen caminos seguros. Los niños y jóvenes necesitan mediadores-brújulas que les permitan “navegar por el archipiélago de certezas en un océano de incertidumbres” (E. Morin); que descubran el potencial escondido que aflora, gracias al acompañamiento cercano y al compromiso de hacer crecer y superar obstáculos. Somos lo que los demás nos han ayudado a ser, como nos enseñó Vygotski. Los educadores están a la cabeza en el rearme moral de la sociedad, pues ellos son los referentes y modelos más cercanos que los niños y jóvenes admiran e imitan. La profecía del Concilio Vaticano II se convierte aquí en lema orientador para los educadores: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar”. (Vaticano II: GS, nº 31).
  4. Porque aprendiendo juntos, aprendemos a vivir juntos. Nuestra vida es por definición social. Toda la sociedad debiera sentirse implicada en la educación. Desde la edad más temprana se aprenden derechos y deberes, leyes y reglas de convivencia. Todo ser humano necesita sentirse acogido sin prejuicios desde su nacimiento, envuelto en el calor de la familia y disfrutando de todos sus derechos. Para ello debemos crear entornos con estímulos diversos y potenciadores. La educación despierta sensibilidades a través de vivencias positivas, que preparan a todo ser humano para que pueda ser capaz de apreciar su propia dignidad, sentirse ligado a toda la creación, a toda la humanidad, y poder saborear todos los valores que le llevan a sentir el gozo de vivir. Este aprendizaje se logra desde los primeros años, cuando todavía no han nacido los prejuicios y miramos a los demás como iguales y compañeros de viaje. Esta imprescindible experiencia de aprender juntos desde la cooperación y la solidaridad, en clima sana convivencia, donde las relaciones sean anticipo del mundo en paz que entre todos debemos construir.
  5. Porque es necesario superar la reducción de la educación a sólo instrucción. A medida que los maestros descubren el valor de la educación, su trascendencia y potencial transformador, se despiertan los valores inherentes a la misión educadora. El ser humano aprende con todo su ser, baña de afectos sus aprendizajes. Armonizar mente y corazón, fe y razón, son los retos de una Pedagogía dialógica que da a cada uno la palabra, para que cristalicen los pensamientos y se armonicen nuestras reglas de vida. Se apela a la responsabilidad y plena dedicación de los educadores, de donde puede surgir la vocación educadora, como llamada a servir a las necesidades de los más jóvenes. La instrucción aséptica y neutra es inconcebible en una sociedad que exige respeto y libertad educativa, viéndose simultáneamente invadida por mensajes contradictorios. Estas limitadas concepciones políticas distan mucho de la visión cristiana de la educación, que invita al educador a vivir su misión educativa desde la dimensión de un ministerio eclesial.
  6. Educar es la mejor inversión en capital humano. La Educación previene problemas, crea lazos, desarrolla capacidades, prepara para la vida, cada vez más competitiva, compleja e incierta. El futuro es una caja de sorpresas ante los imprevisibles avances científicos, neurológicos, médicos, técnicos…, donde la inteligencia humana seguirá asombrándonos y dándonos pie a una imprescindible capacidad de adaptación a lo nuevo y a las mutaciones de los nuevos paradigmas. La educación debe abrir horizontes, eliminar discriminaciones y acercar a todos los humanos a disfrutar de una mesa común.
  7. Educar es formar el sentido crítico de la persona, capaz de autonomía, libertad y responsabilidad en las decisiones de la vida. Ante el acoso de los medios y redes de comunicación, el consumismo y la manipulación, se impone el dominio de los medios y saberse dueño de la propia vida. La formación del sentido crítico exige profesionales cuestionadores, abiertos, reflexivos y comprensivos, asumiendo la diversidad que exige capacidad de adaptación al nivel y al ritmo de cada persona. Las aulas deben ser escenarios de diálogo sincero, de debate, contrapeso del vacío y del vértigo consumista. 
  8. El ser humano necesita seguir aprendiendo toda la vida, al ritmo del vertiginoso crecimiento tecnológico, y poder asimilar el conocimiento generado por la inteligencia humana. Se debe instaurar la cultura de la formación permanente a todos los niveles y en todos los ámbitos sociales. Debemos crear “Comunidades de Aprendizaje” que hagan integren y busquen juntas la calidad de la educación en beneficio de todos. Esta exigencia debe implicar, en primer lugar, a los educadores, en refuerzo de su profesionalidad.
  9. Construir una sociedad mejor, que viva en armonía y paz, es una revolución que debe pasar primero por la mente, para traducirse en acciones justas y solidarias. Aprender los valores, viviéndolos y saboreándolos en la experiencia diaria, permite descubrir la riqueza de la diversidad, el valor de las culturas y pluralidad de creencias, la verdad escondida en cada ser y la belleza que cada día descubrimos, cuando miramos al mundo sin egoísmo y con ojos limpios. En todas las aulas podría mostrarse la frase del preámbulo de la fundación de la UNESCO, escrita sobre mármol blanco, en el edificio de la UNESCO de Paris: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde hay que construir los baluartes de la paz”.
  10. Hacer de la educación un camino interior, que nos invita a los valores más sublimes y más trascendentes, que nos prepara para completar la obra espiritual que se realiza en lo más profundo de cada ser. La transmisión y vivencia de los valores del espíritu nos enraíza con los principios que pueden dar plenitud a nuestra existencia. Esta educación requiere la mediación de profesionales y testigos cercanos, para dar respuesta a la sed de Dios que anida en cada ser. “No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios; lo cierto es que sin Dios no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre”. (Henri de Lubac (1967): El drama del humanismo ateo. Madrid: Epesa, p. 11). La respuesta más completa y abierta se le plantea a todo Educador, que ejerce su impacto a través del testimonio de su vida, de su profesionalidad, sabiendo hermanar ciencia y fe en el ejercicio de su misión. A ello nos invita la Constitución “Gaudium et Spes” del Vaticano II: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quieres sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (GS, 31).

1 comentario:

  1. Maravilhosa leitura!
    Grata pela partilha de tanto conhecimento acerca da Educação.
    Reflexões muito bem colocadas!

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