LA
EDUCACIÓN CRISTIANA
EN
CLAVE DE MISIÓN COMPARTIDA
Lorenzo Tébar Belmonte
“Los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia,
al bien de los hombres y a las necesidades del mundo...
Los pastores han de reconocer y promover los ministerios,
oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su
fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de
ellos, además, en el Matrimonio”. (Christifideles
Laici, 20, 23).
1. FUNCIÓN TRASCENDENTE DE LA EDUCACIÓN EN NUESTRA SOCIEDAD.
La
sociedad asigna a las instituciones educativas una función insustituible para
la formación de los ciudadanos, para la transmisión de una identidad cultural y
de unos valores esenciales que orienten sus vidas con sentido, autonomía y
libertad. En una sociedad sumida en profundos cambios y abierta a una
transformación imprevisible, debemos repensar los retos que la misma sociedad
plantea a la Escuela. La competitividad social invade unos cometidos
tradicionales de la educación e impide la realización de otros. Es evidente que
los Centros Educativos no pueden desligarse de su contexto sociocultural, sino
que precisan asumirlo y tratar de transformarlo positivamente.
Por
esta razón la Educación se hace insustituible como tarea social, pero de forma proactiva,
preventiva y fundamentadora, que estructure su misión con visión de futuro. La
sociedad globalizada, tecnificada y del conocimiento…, lanza su envite a la
Educación con desafío arrogante. La Escuela se siente acosada,[1] no
puede ser ni muro de choque, ni flanco abierto, sino crisol y comunidad
responsable que discierne y responde con un Proyecto Educativo coherente a
todos los desafíos.
La
Educación “encierra un tesoro” [2],
-podemos parafrasear: La Educación es en sí misma un inmenso tesoro vital-, y
por eso sufre tantas amenazas y secuestros. Esta es la razón de la oferta
plural de propuestas educativas, entre las que de forma imprescindible se halla
la Educación Cristiana.
2. SER EDUCADOR CRISTIANO HOY.
Las
Instituciones Educativas, y especialmente los educadores, cruzan mares
agitados, donde los vientos del relativismo hacen navegar sin norte y hacen
girar la brújula enloquecida y confusa a través de “un archipiélago de certezas
en un océano de incertidumbres” [3]. El
educador se ve amenazado y suplantado por la técnica. La sociedad del
conocimiento quiere desbancar a quien ha sido hasta ahora el depositario del
saber. Pero se da la paradoja que la misma sociedad arroja sobre los hombros de
los educadores otros cometidos que hacen su labor más necesaria e
imprescindible. Esta invasión de competencias y recursos obligan a la misma
Escuela y al Educador a reflexionar sobre su identidad y sus nuevas funciones.
Hay
que repensar, ante todo, el concepto de Educación, sus dimensiones
humanizadoras y axiológicas, personalizadoras y socializantes, cognitivas y
vivenciales. Quien, al descubrir el impacto transformador de las nuevas
tecnologías dijo que el educador tenía los días contados, seguro que no había
pensado en el mundo de relaciones, afectos, significados, sentido, etc. con los
que la máquina nunca podrá suplir al educador. Las nuevas tecnologías ponen en
evidencia unas tareas imprescindibles y trascendentes que revalorizan la
función educativa.
Este
cambio estructural de nuestra cultura llega a la escuela. Por todo ello,
necesitamos profundizar en sus consecuencias en nuestras vidas, en la sociedad
de hoy y de mañana, en el nuevo perfil e identidad del educador y de la Escuela
Cristiana. Podemos ahondar en el paradigma mediador que condensa y estructura
todos estos nuevos enfoques profesionales para crear autoestima en los
educadores[4].
Se
le pide a la Escuela y a los Educadores redefinir y afirmar su identidad con
signos y compromisos actuales. La calidad de cada Centro Educativo debe estar
reflejada en un P.E. que ofrezca respuestas educativas a las auténticas
necesidades de la juventud de hoy, inspiradas y enraizados en los Valores del
Evangelio.
Pero
hay elementos implícitos en el nuevo quehacer educativo en manos no sólo de
individualidades, sino en equipos bien cohesionados. Todo P.E. es una propuesta
y un compromiso de una Comunidad Educativa, con un sistema de creencias y una
propuesta pedagógica innovadora. Si a todo esto le añadimos un talante
cristiano, elevamos el listón de exigencia en el seno de un equipo con
inspiración evangélica.
Al
educador hoy se le pide que sea un profesional con todas las cualidades y
valores que adolece nuestro entorno: un superman, un sabio, un santo…
3. NÚCLEOS DE IDENTIDAD
La
opción, o selección, personal tiene pleno sentido, ya que se trata de unir
fuerzas y compromisos, integrar personas y competencias en torno a un Proyecto
con identidad y coherencia, que se ofrece a toda la sociedad.
En
este trance chocamos con las diferentes formas de vivir y apreciar cada
Educador su trabajo: Unos como un SIMPLE QUEHACER, un medio o trabajo para
vivir; otros como una aportación de su SABER a la formación de los otros, y
otros asignan a su labor educativa un mayor sentido de trascendencia: ayudar a
descubrir el SENTIDO de la vida y a SER personas libres y autónomas, creyentes…
Este
análisis interpela nuestra IDENTIDAD, en sus tres núcleos esenciales:
-
Como PERSONAS con una opción personal
creyente (o no).
-
Como EDUCADORES que asumen su misión
educativa con una dimensión profesional, social y trascendente.
-
Como miembros de una COMUNIDAD CREYENTE,
eclesial, que es signo, testigo y referente de fe para los demás.
Muchos
educadores no han reflexionado en su identidad sobre estas dimensiones, que
tienen pleno sentido cuando nos implicamos en un proyecto común que nos liga a
otras instituciones o grupos, como es el caso de Congregaciones Religiosas.
Es
el momento de descubrir la complementariedad entro lo profesional y lo
vocacional y opcional. Si la coherencia debe presidir toda opción, este mismo
argumento aboga por la selección y el compromiso en torno a un P.E. cristiano.
Se debe exigir una preparación y una dimensión creyente a los educadores para
poder entender este salto en su visión educativa. Por esta razón, sin querer ser
excluyente, sí será selectiva toda formación carismática y eclesial, por exigir
unos principios de opción creyente, que le permitan entender conceptos como
carisma, misión y ministerio, que tienen una honda raíz teológica y bíblica.
4. ¿QUÉ ES Y POR QUÉ MISIÓN COMPARTIDA (MC)?
La eclosión de la Misión Educativa como una MC ha despertado
recelos y mecanismos de defensa: ¿Ha existido una privacidad misionera en la
Iglesia? ¿Por qué se ha excluido a los seglares de una misión docente? Ahora
que faltan vocaciones en la iglesia se acuerdan de los seglares… La Iglesia,
Pueblo y Comunidad de creyentes, ha tomado conciencia de su misión
evangelizadora. La cultura hermética ha privatizado la misión en manos de la
Iglesia Jerárquica… Pero hemos redescubierto que en esa misión tiene puesto
todo bautizado, no se excluye a nadie: “Dios quiere que todos se salven”, “id y
enseñad a todos”: Es exigencia de fe y mandato del Señor. Comunión y Misión se
complementan.
La
exclusión de los cristianos seglares de la plena responsabilidad en la misión
educativa ha sido un lamentable olvido. Se ha desaprovechado un enorme
potencial estático que hoy debe convertirse en dinámico. El acceso privilegiado
a la formación teológico-bíblica…, ha permitido mantener un distanciamiento empobrecedor.
Tal vez faltaba vivir la angustia de la falta de vocaciones sacerdotales y
religiosas para que el “poder” y el “saber” olviden su monopolio.
Pero
¿a qué misión estamos llamados? La respuesta viene dada desde los carismas
personales e institucionales. Estamos vinculados, como bautizados, a una misma
fe, a una misma familia creyente, pero también con un sello especial, con unos
carismas (predicación, enseñanza, sanidad, caridad, etc.), con los que nos
sentimos vinculados y capacitados para servir.
5. CARACTERÍSTICAS DE LA MISIÓN COMPARTIDA.
La
MC es un SIGNO de los tiempos, una etapa nueva e irreversible que nos une
–asocia- en una misma misión educativa eclesial.
Desde
una perspectiva creyente es una llamada del Espíritu que exige un cambio de mentalidad
y de actitudes respecto de nuestra identidad y misión.
Es
una nueva forma de implicación de Religiosos, Sacerdotes y Laicos en una misma
misión que nos concierne por igual desde la perspectiva eclesial. La diversidad
de carismas y la complementariedad de funciones y ministerios es una enorme
riqueza eclesial al servicio de la humanidad.
La MC no debe suponer mezcla confusa de identidades y
absorción del más débil por la prepotencia de los fuertes. Cada vocación en la
Iglesia está orientada al bien común y a la unidad (1 Cor. 12, 11). Las nuevas
estructuras deben garantizar plenamente derechos y deberes en respeto y
comunión.
La MC es una nueva realidad, una nueva forma de trabajar,
planificar y comprometerse entre iguales, entre hermanos y hermanas, en
familia. Esta nueva época no pide madurez y clarificación en las funciones y
responsabilidades, que no se improvisan.
6. LA EDUCACIÓN CRISTIANA: MISIÓN Y MINISTERIO.
El
Concilio Vaticano II subrayó la dimensión comunitaria y misionera de la Iglesia.
Esta tensión se percibe en el Documento que sintetiza el Sínodo de los Laicos:
Christifideles Laici: “La comunión y
misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican
mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el
fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión”
(ChL, 32, 4).
De
modo que el papel de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia tiene
aquí su explicación y debe ser entendida desde esta dimensión: “Sólo desde la Iglesia como misterio de
comunión se revela la “identidad” de los fieles laicos, su original dignidad. Y
sólo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y misión en la
iglesia y en el mundo” (Ch.L. 8).
A
través de la integración de estos elementos (personal, creyente, eclesial)
surge la dimensión MINISTERIAL de nuestra misión eclesial: Nuestro trabajo
adquiere una proyección trascendente y evangelizadora, que nos compromete y nos
asocia a cuantos compartimos la misma fe. ¿Dónde está la raíz de este nuevo enfoque?:
En nuestro Bautismo, en nuestra opción de Creyentes.
El
enfoque eclesial cambia sólo si nos sentimos Comunidad, Pueblo integrado por la
fe en Jesús, y tendrá sentido nuestra MISIÓN COMPARTIDA DENTRO DE UNA COMUNIDAD
CREYENTE. Este es el salto mortal que sólo puede exigirse al que tiene esta
dimensión de fe.
El
sentido eclesial de nuestra Misión radica en contemplarnos como Comunidad
Eclesial y exige tener sentido vocacional; con participación en la Comunión
Eclesial y con responsabilidad en la evangelización de la cultura como Misión.
. El EDUCADOR CRISTIANO
está invitado a un ITINERARIO para descubrir esta dimensión de su vida a través
de la FE, en tres etapas:
+
Descubrir al otro como llamada, aceptarlo y darnos a él por amor.
+
Reunirse a otros creyentes para responder en Comunidad.
+
Comprometerse con un PE de calidad, inspirado en el Evangelio.
7. RETOS DEL FUTURO
Es
necesario un proceso de Formación integral de los Educadores que contemple esta
dimensión para la Misión. Hay que dar respuestas a las Necesidades de
nuestros Educandos -y nuestras- en la perspectiva de MC.
El
Colegio es una Comunidad en constante formación.
La
MC es una oportunidad de unidad para comprometernos en un Proyecto
Evangelizador.
Las
instituciones tienen un desafío urgente e inaplazable, pero cargado de enormes
esperanzas. Es hora de empezar, sin recelos ni prejuicios. Es cuestión de mutua
confianza, mutua conversión y compromiso. La MC es nuestra tarea prioritaria
ya, pues la formación no se improvisa. Es hora de conocer y de compartir los
carismas: abrir un tesoro que desborda las Instituciones.
[1] Rodríguez Neira, T. en su
obra: La cultura contra la escuela,
(1999, Barcelona: Ariel) analiza el
panorama hostil de una sociedad neoliberal, positivista, consumista,
alienante…, que contradice y se rebela contra los valores que aporta la
Educación.
[2] La obra de Delors, J.: La Educación encierra un tesoro, (1996,
Madrid, MECD-Santillana), es un referente obligado para que todos los
educadores conozcan la importancia dada a la Educación en la construcción de la
sociedad del siglo XXI.
[3] Las intuiciones de Edgar
Morin en su propuesta: Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro (1999, Barcelona: Paidós) nos ayudan
a descubrir los conocimientos imprescindibles que pueden guiarnos en las metas
educativas de una escuela que otea el horizonte del mañana.
[4] L. Tébar (2003): El perfil
del profesor mediador. Pedagogía de la mediación. Madrid: Santillana, Aula XXI,
28.
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