Aprender el sentido de la vida



             

¿CÓMO APRENDER 
EL SENTIDO DE LA VIDA?
Lorenzo Tébar
  
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso - reveló. – Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.” (Galeano )

1.     La imprescindible educación: Aventura apasionante.

Contemplada la educación como un proyecto iluminador de la existencia se convierte en una aventura apasionante y motivadora para cualquier docente. La educación no sólo es “un camino de interioridad” al centro de cada individuo, como afirmó J. Delors, sino también una trascendente tarea para forjar a la persona en toda su plenitud, capaz de entender, disfrutar y transformar la vida en una gran oportunidad para los mejores ideales. Educar es más que un oficio, es una misión.
Los educadores conocen que el cambio de paradigma actual pone el acento en el aprendizaje del alumno y no tanto en la enseñanza del profesor.  Tal vez sea éste uno de los enfoques más luminosos de los objetivos de la educación. Esencialmente formamos al educando para que sea una persona autónoma, para que sea libre, crítico, para que entienda su existencia y la volore, para potenciarla y enriquecerla sin pausa. Las inmensas posibilidades del tiempo de formación que toda persona dispone en su infancia, adolescencia y juventud, necesitan una motivación y orientación especial para que la brújula de sus anhelos se proyecte hacia el sentido, hacia la comprensión y los valores que entraña la existencia. Somos seres hambrientos de sentido.
El sentido de la vida se inicia con el despertar de la sensibilidad por saber, por conocer y por saborear los valores que nos envuelven. Hoy hablamos más de competencias que de aprendizajes, aunque, en el fondo, no estamos excluyendo ni conocimientos ni actitudes o valores, sino que los estamos integrando, desde el primer momento, para tener conciencia de que el ser humano es integral y que el conocimiento no puede ser fragmentario, sino global, multidisciplinar. El sentido siempre está producido por esa chispa de luz que nos ilumina desde el cerebro. Adquirir sentido empieza por aprender a pensar, como la metacompentencia de todos los aprendizajes. Los educadores debemos ser profesionales del aprendizaje y del pensamiento. El sentido no es sólo olfato o gusto o tacto. El sentido es ético, estético, moral, axiológico, religioso, vital. Y el sentido de la vida dice mucho de nuestra forma de entendernos a nosotros mismos y a los demás. Es una forma de inteligencia inter e intrapersonal. Para tener sentido de la vida, debemos sentirnos bien con nosotros mismos, aceptarnos, comprendernos, para, después, poder extender nuestra mirada sentiente sobre la existencia. Los antiguos se debatían entre la sabiduría y la virtud, entre la felicidad, la verdad y el bien. El sentido de la vida exige coherencia lógica, razonamiento consistente. Pero la profundidad que todo esto exige, dista mucho de la superficialidad con que a veces contemplamos la acción docente.
Necesitamos dar toda la importancia, dedicar todo el tiempo para oír, aprender, asimilar, vivir situaciones de sentido. La escolaridad es la experiencia y el clima donde crece el sentido. Aprender significativamente exige leer, escribir, hablar con corrección, pero es también hacer, vivir con intensidad y con compromiso, para leer la vida, aprender y expresar la vida con todas las tonalidades y con los mil colores que posee. Educar la mirada, el oído, el tacto, los sabores, es convertirnos en diestros decodificadores, encontrar sentido a los signos, a las imágenes, a las metáforas. Para después ser nosotros creadores de imágenes y de toda forma de estética. La adquisición de una conciencia moral, de una visión noble de la existencia, requiere desechar prejuicios, derrumbar muros, miedos y adquirir mentalidad crítica, autonomía y seguridad necesarias para vivir.
Pero en el desprestigio actual de la educación, constatamos el rechazo que se provoca cuando hablamos de enunciar los principios, cuando indagamos en las fuentes o en los pilares del sentido. No por ello desistimos en enumerar una serie de claves para ahondar el sentido.

2.     Claves para la mediación del sentido de la vida.

-Protagonismo del alumno en su formación: Han de caer las barreras del aprendizaje y de la participación en las aulas, para que cada alumno se convierta en el actor protagonista de su propio descubrimiento, del aprendizaje y de la vivencia del sentido. Educamos para vivir la vida con sentido para cada momento, no para la vida futura. La vida futura depende de la presente y ésta debe ser inmensamente rica, profunda, gozosa. La vida de la escuela debe ser “el tesoro por descubrir”, una experiencia irrepetible, fontal, estructurante, comprometida. Pocos adjetivos deberían añadirse a una formación integral, multidisciplinar, comunitaria, inmersa en la vida misma y proyectada a ella, para transformarla. Este intento reclama una gran profesionalidad y una sociedad volcada en la educación global, que va desde la edad más temprana hasta el universitario más competente. El compromiso diario en la dinámica del centro escolar debe abrirse al entorno y a toda la sociedad. Las experiencias solidarias, gratuitas y de autosuperación conducen al encuentro del sentido.

-Interioridad: No leemos con los ojos, leemos con nuestra mente, las imágenes que nos llegan de los sentidos. Leemos en el silencio, leemos en la interioridad, leemos desde una trama de actitudes, desde una escala de valores, desde nuestras experiencias, desde nuestro espíritu, inteligencia y afectos. Al leer proyectamos todo nuestro mundo interior, inferimos, hipotetizamos, nos emocionamos, sentimos afecto o rechazo, nos cuestionamos. Enseñar a leer exige estrategias y técnicas lectoras muy diversas, gimnasia ocular para acelerar la velocidad y ampliar nuestro campo visual, pero también un interés y curiosidad por saber, por descubrir las leyes de la vida. Las limitaciones en la lectura comprensiva son la prueba de la falta del sentido del estudiante en sus aprendizaje. Todo educador debería ser un experto en estrategias lectoras, un lector empedernido y hábil. El primer proceso del aprendizaje es el perceptivo, guiado siempre por la mente y la voluntad. Debemos educar en el silencio, en el cuestionamiento, en la imaginación y la creatividad, que nos llevan a la elaboración mental, a la riqueza de nuestro mundo interior, donde se cuece el sentido.

-Pensamiento: Con toda la enorme gama de habilidades cognitivas que implica enseñar a pensar : definir, comparar, clasificar, inferir, sintetizar, razonar… Este es el camino didáctico que nos lleva a la verdadera experiencia del sentido. El docente debe saber crear situaciones, actividades que hagan pensar, que hagan descubrir el significado. Un buen educador es un buen preguntador. Si preguntamos, si contrastamos lo esencial y lo arbitrario, si sabemos integrar lo importante, si lo jerarquizamos y estructuramos para recordarlo y recuperarlo, llegaremos a entender la importancia de la inteligencia sintética, como la puerta del sentido. Pensar exige atención y esfuerzo.

-Emoción y admiración: Los educadores deben sembrar pasión por saber, por conocer y por comprender. Por esta razón, enseñar es provocar, es crear situaciones de descubrimiento, de encuentro, de emoción, de gozo. Seleccionar textos, aprendizajes, situaciones, recuerdos, medios humanos e instrumentales, orientan la creatividad del docente. El ejemplo y la acogida del maestro son indispensables para creer y esperar en el despertar del alumno para engancharse a sus invitaciones. Los errores son fuentes de aprendizaje también. El primer sentido que adquirimos es el de sentirnos acompañados y acercarnos a otros. Protegidos y seguros. Ésta es la primera sensación de calidez que necesita el niño para llenarse de sentido. Hay un mundo inabarcable de temas y de saberes que nos dejan maravillados, si se ha educado nuestra mirada o nuestro oído. Pero la sensibilidad debe estar primero en el docente mediador, que sabe seleccionar, amplificar, repetir y transformar los estímulos con tacto y con creatividad.

-Escala de valores: El ideal de una educación del sentido no puede surgir sino desde un humanismo cristiano, abierto a la verdad y a la libertad; anclado en la humanidad y en la trascendencia de la vida; impregnado por los valores más nobles: humanos, cognitivos, sociales, morales y espirituales. La formación cívica, estética o moral tienen un complemento imprescindible que se moldea en la interacción dialógica del aula, sin miedo a herir la libertad de conciencia. La búsqueda compartida de la verdad científica, religiosa o vital, no está reñida con el diálogo respetuoso. El silencio sobre estos temas en las aulas suena a excusa negligente y oscurantista laicista, que deja al educando al albur de la propaganda incontrolada de los medios y de la confusión de la calle. Los proyectos educativos, fundados en un carácter propio, deben exponer explícitamente los valores que orientan su formación en el sentido de la vida. Esta misión descansa en la competencia profesional del educador, de ahí la importancia de su formación inicial y continua.

-Clave cristiana: El sentido en la vida está ligado a nuestro universo de creencias que se expresan en la diaria trama de relaciones con los demás. Para el cristiano este axioma de ser para los demás y contar con su ayuda, tiene una serie de contrapartidas. Su fuente y sustento está en la Biblia, Palabra por excelencia, leía, compartida y orada. Es falaz reducir lo religioso y someterlo al ámbito privado. Necesitamos el alimento nutriente que permita renovar nuestros principios y motivaciones. El cristiano para vivir su honestidad, su sinceridad y fraternidad solidaria necesita saberse y renovarse con frecuencia por medio de su vinculación a la familia creyente, por la lectura, la celebración de su identidad y el compromiso social transformador. Sólo en este clima de relaciones cordiales puede enraizar y crecer el sentido gozoso y liberador de la existencia, que se plenifica en el encuentro y en la donación a los demás. El ser humano no se entiende sin la referencia de la familia, de igual manera no se entiende al cristiano sin la referencia a su familia, la comunidad cristiana. La fe no se puede entender fuera de este paradigma.

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