BASES ANTROPOLÓGICAS
PARA FUNDAMENTAR LA VIDA INTERIOR DEL EDUCADOR
Lorenzo Tébar Belmonte
“He venido para que tengan
vida, y la tengan en abundancia”
(Jn, 10,10).
“Sólo la plenitud lleva a
la claridad y es en lo más hondo donde habita la verdad”.
(Schiller: Poema: Sentencias
de Confucio).
SUMARIO: 1. Justificación. 2. El ABC de la
antropología. 3.
Clave antropológica: El hombre rey y cumbre de la creación. 4. Qué es la vida
interior. 5. Estructura de
la personalidad: Las etapas y funciones del yo. 6. Niveles de la vida interior.
7. Conclusión. Bibliografía.
- JUSTIFICACIÓN
Casi parece una paradoja que en estos tiempos de prisas,
de vida de sentidos y de vértigo, nos pongamos a profundizar sobre los caminos
que llevan a una vida en plenitud. Se trata de una corriente preventiva y
concienciadora que trata de liberar a muchas personas del estrés, de la
frustración, del acabar quemados, roídos por la depresión, víctimas del
activismo y del vacío experimentado al olvidar lo esencial de sus vidas, al vivir
como sonámbulos por el activismo, la superficialidad y la fiebre del
consumismo. También se trata de descubrir los fundamentos de nuestra vida,
dónde estamos, qué nos mueve, y llegar al fin último de todo proceso de
crecimiento, conseguir una vida en
plenitud, como expresa el evangelista San Juan. La vida es el absoluto,
pero no puede ser una vida cualquiera.
Una de las aportaciones
más significativas de las Ciencias Humanas se orienta al seguimiento riguroso
de los procesos que determinan nuestras
actitudes, que dan el sentido a nuestras vidas. Nos hallamos ante una
exigencia de la mentalidad científica, empeñada en seguir metódicamente el
análisis de todas las variables hasta llegar a la etiología de un problema. La
enseñanza fundamental para todo investigador se sitúa en no admitir saltos en
el vacío, sino en analizar todos los indicadores que nos pueden dar alguna
pista de los microcambios que aparecen en nuestra observación. En el ser humano
debemos admitir, a priori, el principio fundamental de la unicidad integral de
la persona, la gran complejidad y la maraña de conexiones de muchos fenómenos a
la vez, para lo que necesitamos afinar nuestra capacidad de análisis, si
queremos conocer la fuente de nuestras actitudes y motivaciones. Necesitamos
echar mano de las bases antropológicas.
La vida interior es un concepto de gran
riqueza, paro de muy diversa comprensión. Necesitamos justificar el porqué de
esta fundamentación, ya que estas bases condicionan las diversas formas de
espiritualidad con que se expresa esa vida, que dinamiza o ralentiza sus
expresiones posteriormente.
Profundizar el tema de la vida interior
del educador exige
situarnos en el umbral de toda construcción humana, cognitiva, social, vital y
espiritual. Importa fundamentar la Personalidad del docente, pues él es el
agente privilegiado de quien va a depender la calidad de la formación de sus
educandos. Sabemos que nadie da lo que
no tiene, y en este ámbito se entrecruza la doble exigencia del conocimiento y
del testimonio (experiencia y saber), que se proyectan en los demás. Delors ha
llegado a afirmar que: “La educación es
un camino de interioridad”. Un pensamiento digno de ser profundizado por
los educadores.
- EL ABC DE LA ANTROPOLOGÍA:
Hoy, tanto la formación humana como la intelectual y
espiritual están en crisis. La escuela laica (laicista, para ser más
exactos) está logrando recluir al ámbito de lo privado cuanto tenga relación con
lo espiritual, moral o religioso, lo que implicaría una intromisión en la vida
ajena, al pretender orientar o formar en la vida interior. El vacío formativo
se impone lentamente, con la consiguiente desorientación y la falta de
criterios que ayuden a tomar decisiones para la vida. Temas esenciales como la
búsqueda del sentido, la introspección, la conciencia moral, la paz interior,
la felicidad, el conocimiento de nuestras emociones, la trascendencia, la
religiosidad, y no añadamos la oración…, son conceptos tabúes para gran número
de educandos.
Es justo que los
anhelos más profundos del ser humano, lo que finalmente debiera ser la meta
última de la educación (formar persona libres, críticas, autónomas, felices…),
tenga su puesto en una educación integral. Su ausencia hoy podemos atribuirla
al reduccionismo educacional, promovido especialmente por la corrientes
laicistas, liberalistas y progresistas, así como el enfoque pragmático de la educación que excluye todo aquello que no
tenga resultados empíricos y útiles. Pero también podemos atribuirlo a una
falta de visión integral de la educación por parte de los educadores, impelidos
por los sistemas educativos a centrarse en los programas y no en la formación
de las personas. No conseguimos encontrar el paradigma humanizador, una pedagogía con rostro humano que asuma
una nueva antropología, una nueva teleología y una nueva psicopedagogía que
cubra las lagunas formativas de la educación actual.
La visión tecnicista y reduccionista de
la educación hoy, le ha
hecho sucumbir en modas y en recetas que van rompiendo su integridad, sin
lograr definir un paradigma que responda a las exigencias de una pedagogía para
nuestro siglo, que enseñe a aprender a
aprender y a pensar, que forme para seguir aprendiendo toda la vida, que
prepare para una sociedad incierta, que enseñe a convivir en paz, que forme en
el autocontrol, la responsabilidad, que construya la mente y toda la persona,
para ser capaz de afrontar los conflictos, tomar decisiones y asumir
creativamente las nuevas situaciones que el futuro le depare.
Cada persona es un ser único e
irrepetible, sujeto digno de todo cuidado y respeto, capaz de desarrollar todas
sus potencialidades. Somos
integralmente, indivisibles. Somos memoria y corazón, inteligencia y
sentimientos. Pero somos un microcosmos de misterio –polvo de estrellas- hijos
de Dios, con dimensión trascendente. Desde la visión cristiana: Hemos sido creados a imagen de Dios. Es
esencial empezar por lo que nos humaniza y socializa. Somos, en definitiva, con
los demás, lo que los demás nos han aportado (Vygotski defiende de la
construcción social de la mente). La riqueza o pobreza de nuestro entorno nos
ha configurado, así como los estímulos y experiencias de nuestros primeros
años. Es importante saber desde dónde leemos la vida, entendiéndola desde el
dilema: ¿Azar o plan de Dios?, como
propone el librito del Card. Shonborn de Viena, primado de Austria, para que
adquiera un significado más rico y trasdendente.
Como señala George Steiner, el hombre actual, a
pesar de todos los avances técnicos y científicos sigue teniendo hambre de
mitos. Según este autor, las grandes ideologías del siglo XIX y XX han ejercido
el papel de “credos sustitutorios”.
Así el marxismo, capitalismo, psicoanálisis, o el estructuralismo han intentado
llenar el vacío dejado por lo iniciático-religioso: “como nunca anteriormente, tenemos
hambre de mitos, de explicaciones totales y anhelamos profundamente una
profecía con garantías”
- CLAVE ANTROPOLÓGICA: El hombre rey y cumbre de la creación.
Asistimos
hoy a un posicionamiento visceral más que científico con relación al dilema de
asumir las consecuencias de la creación o la evolución, pues la opción que se
asuma lleva a principios totalmente contrapuestos para reconocer al ser humano.
Hallé en las Conferencias dominicales para universitarios del Cardenal
Schonborn, primado de Viena, una genial exposición antropológico-teológica,
fruto del debate que generó su artículo en el New York Times (7 julio 2005), al presentar la posición católica
sobre el tema de la creación y sus implicaciones bíblicas, que escandalizó a
las iglesias fundamentalistas nortemericanas. Evitaremos toda sospecha sobre
los argumentos que aquí resumimos, indicando que el Card. Schonborn fue el
editor del Catecismo de la Iglesia Católica.
En
el pórtico de toda tesis conviene afirmar con el Vaticano II que “la teología y las ciencias no se oponen”,
sino que son dos caminos, que iluminadas por la razón, conducen a la verdad
(GS, 63.2).
Hay
quien cree que se sobreestima al ser humano, considerándolo centro y cumbre de
la creación. Freud ha insistido en las heridas narcisistas que la ciencia ha
infligido a la humanidad, para concluir hoy que el hombre no ha podido ser obra
del azar evolucionista, a pesar que su genoma coincida en un 98% con el del
chimpancé. Pero la visión cristiana tiene otros argumentos: El ser humano es
especial, tiene el sello del creador, pues “todo
el mundo ha sido creado por amor al hombre”. Él ha recibido el dominio
sobre cuanto existe sobre la tierra. Dios le ha creado a su imagen y semejanza.
Dios mismo ha mostrado un amor único, se ha encarnado en Jesús de Nazaret, y le
ha colmado de dones especiales, llamándole a una dicha eterna. “El hombre es la única criatura que Dios ha
amado por ella misma” (GS, 24.3). No podemos entender estos argumentos si
oponemos fe y saber, religión y ciencia, en vez de tratar de unir el
pensamiento de investigadores y teólogos para entender el rol y la dignidad del
ser humano en el universo, dentro del plan de Dios.
El
ser humano posee una originalidad e identidad excepcional, que le diferencia de
los demás seres vivos. Los antropólogos resaltan características anatómicas y
culturales para reconocer su originalidad humana, la talla de su cerebro, la
postura erguida, el lenguaje, su capacidad intelectual, su dimensión
espiritual. Pero si tuviéramos que buscar la diferencia esencial con el animal,
tendríamos que afirmar que reside en su conciencia de ser, es un ser en
relación. Pero todavía podíamos encontrar otra dimensión excepcional: su
capacidad de objetivización, su disposición para superar las necesidades
vitales, autopercibirse y percibir a los demás también como seres de sentido,
de trascendencia y dimensión espiritual, gracias a su razón, voluntad e
interioridad. Muchos antropólogos no encuentran la discordancia entre fe y
ciencia, sino en la visión no racional y la visión racional que nos ayuda a
descubrir las causas y finalidades últimas del ser. La cuestión del método es
precisamente una decisión de nuestro espíritu que nos abre o limita nuestra
libertad para dar plenitud al pensamiento.
Esto
nos lleva a admitir el hecho razonable de ver en el hombre un principio
espiritual, que las tradiciones filosóficas llaman a menudo “alma”. Es ante
todo el alma lo que constituye al hombre como tal. Su existencia no puede ser
probada científicamente, aunque ya Sócrates creía que el alma es inmortal. La
Iglesia enseña que “cada alma espiritual
es inmediatamente creada por Dios” (Pío XII, Humani generis, 1950. DS 3896). Es evidente que estamos afirmando
que el alma espiritual no puede ser un producto de la evolución, tampoco es
producida por los padres, sino inmediatamente creada por Dios, objeto de una
creación especial, como ser único viviente, “a imagen y semejanza de Dios,
confiriéndole la dignidad y responsabilidad especial en la creación, evocando
así el hecho del Génesis por el que Dios transmite la vida “por el soplo de su espíritu” (Gen. 2.7).
En otro momento el Vaticano II nos enseñará que el misterio del hombre no se
clarifica plenamente sino en el Jesús, Dios encarnado, el hombre perfecto,
síntesis de toda la Creación, “en quien
se unen todos los hombres” (GS, 22.2).
- QUÉ ES LA VIDA INTERIOR
Es una forma
consciente de vivir la vida. Una característica esencial del ser humano es su capacidad de pensarse, de analizarse
desde su propia conciencia, desde fuera de él mismo. Se trata de una actitud vital del individuo para ser
más consciente y llenar su vida de sentido. La vida interior implica una
actividad mental volitiva, incluso ascética, de autoanálisis, de autocontrol y
de dinamismo interno, de constante crecimiento. Es la soledad sonora que puebla
el santuario del corazón, pero que sólo en la quietud y el silencio se puede
escuchar su armonía. Es prestar atención a cuáles son nuestros sentimientos, -emociones
constructivas y destructivas-, intereses, motivaciones profundas, la raíz de
nuestras preguntas, y percibir en su auténtica dimensión nuestras necesidades y
nuestros anhelos.
Por la vida interior respira el alma, respira nuestra dimensión más
espiritual, que busca y tiene sed de lo divino e inmortal. Tenemos vida cuando
nos preguntamos por el misterio que somos y sobre los misterios que nos
envuelven. Las aspiraciones más sublimes, los id, ideales más nobles son
también un juego de nuestro espíritu, que elabora imágenes según su bagaje y
sus conocimientos almacenados, amasados en afectos, sueños y vivencias.
En estos
elementos ya apuntamos a la infinita gama de experiencias de vida interior. La vida interior es batería que
almacena luz, sentido, criterios, valores. Es brújula que orienta nuestros
pasos y les da discernimiento y cauce. Por eso mismo la vida interior es un
trabajo de la mente, es una actividad abstracta, donde el pensamiento se
enriquece en nuestra conciencia activa. Exige, por tanto, una introspección, un saber pensar,
analizar, clarificar, discernir. Sólo cada ser humano sabe desde dónde ama,
desde dónde arrancan sus decisiones, sus errores o sus pasiones.
La vida interior
es un ejercicio de metacognición:
ser conscientes de lo que pensamos y cómo lo pensamos. Es confrontarnos con la
verdad que conocemos. Están presentes los tres
elementos que señala Flavell: a) Mi yo profundo, con todas sus
limitaciones, prejuicios, vivencias, saberes; b) el contenido familiar, extraño
o novedoso que puebla nuestros pensamientos, si nos complace o nos daña, si nos
gusta o lo rechazamos; y c) el cómo estamos actuando, si controlamos o nos
invaden otros pensamientos, si somos superficiales o concentramos nuestra
atención, si las ideas fluyen y están organizadas o si sufrimos la confusión o
el tormento de pensamientos confusos o inconexos, si llegamos a clarificar y
aprender algo para la vida o todo es una distracción.
- ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD: Las etapas y funciones del yo.
Al analizar las
actividades del ser humano nos encontramos con un proceso evolutivo de crecimiento
que desarrolla cometidos muy diversos. Vamos atravesando etapas que forman
nuestra personalidad. Ph. Lerch nos llevaría de la mano a conocer los diversos
estamentos que nos configuran, pero aquí vamos a sintetizar la propuesta de E.
Martínez (2008), que propone un esquema sencillo y más pedagógico, para los
objetivos que aquí pretendemos.
Las etapas o
niveles que atravesamos para llegar a desarrollar nuestra plena potencialidad
son tres:
1ª etapa: SENSITIVA o
exterior: Basada en la
percepción de sensaciones que impactan en nuestro cuerpo. Podríamos decir que
es, metafóricamente, la fase más “infantil” e incluso natural que disfrutamos.
En ella priva la apertura sin filtros al mundo exterior, al quehacer rutinario.
A ella llegan los inputs o clichés de los roles que desempeñamos, las funciones
o profesiones que ejercemos, nuestros estereotipos aprendidos de forma
inconsciente, las conductas y ritos con la impronta de nuestro entorno
cultural. Raimon Panikkar llega a afirmar
que “la
epidemia más grave del mundo moderno sea la superficialidad”, cuya consecuencia
es el egocentrismo y el vacío. Kierkegaard expresa de
esta manera el camino hacia la interioridad: “Sólo cuando el hombre se comprende íntimamente y descubre su camino,
la vida se sosiega y cobra sentido. (…) El que carece de un centro de gravedad
interior, tampoco logrará mantenerse a flote durante las tempestades de la
vida. Sólo cuando el hombre se haya comprendido a sí mismo de ese modo, será
capaz de conducir una existencia independiente y evitará el extravío del propio
yo”
-
Síntomas:
En muchos casos vivimos esta etapa como sonámbulos, volcados al exterior, somos
objeto de manipulación del mundo consumista, cegados por el vértigo, el
activismo. Somos víctimas del estrés, de las preocupaciones diarias, de la
agenda que nos marca la propaganda. Tenemos miedo a la soledad, al silencio, a
someternos a un interrogatorio, a preguntarnos, a examinarnos. Estamos sin
argumentos ni razones, somos inconscientes de la vida superficial que nos
arrastra. Nos faltan criterios, argumentos éticos, sociales, religiosos… ¿No
estaremos viviendo nuestra plena animalidad e irracionalidad?
-
Remedio:
Es la etapa en la que necesitamos detenernos, imponernos un tiempo de calma,
respirar hondo, tener un poco silencio y quietud en nuestras vidas, mirarnos
hacia dentro para ampliar nuestro campo
de conciencia. Necesitamos relajarnos, empezar a pensar y controlar nuestros
impulsos y emociones, ver cómo nos dejamos llevar por impactos externos, cómo
vivimos empujados por la rutina, sin saber nada de nosotros, sin habernos
puesto a cuestionar de dónde venimos, adónde vamos, por qué actuamos de esa
manera, quién nos gobierna, si somos libres o esclavos de una sociedad
manipuladora y explotadora.
2ª etapa: COGNITIVO-CONSCIENTE: Este es el auténtico espacio de nuestra
INTERIORIDAD. Entramos en la etapa que nos define como seres inteligentes,
racionales, psicoespirituales. Entramos en nuestro yo profundo. Es la etapa esencialmente
humana. Dejando la superficialidad, ingresamos en el SILENCIO, en el “sancta
santorum”, en el mundo consciente a través de nuestra interioridad. Aquí
percibimos que somos seres unificados, integrados, verificamos nuestra
coherencia y autenticidad. Descubrimos que somos capaces de pensarnos sin
límites. Es el encuentro con la verdad que está en lo más hondo de nosotros.
-
Síntomas:
Aquí ya necesitamos pensar, reelaborar nuestros pensamientos. Es el momento de
nuestras preguntas, de responder a los porqués. Es la etapa inteligente y de
mayor abstracción mental. Aquí empezamos a ser conscientes de nuestra libertad,
de nuestros deseos cumplidos o frustrados, de nuestras utopías e intenciones, de
nuestro talante y forma de ser. Incluso en lo más hondo descubrimos nuestros
derechos, nuestra moral, nuestros móviles, el sentido de nuestra vida. Aquí se
forjan nuestras creencias y se acrisolan los valores que nos empujan a vivir. Aquí
se estructuran nuestros esquemas mentales, nos llenamos de razones y
motivaciones.
-
Remedio:
Es cuestión de formación: Saber estar atentos a nosotros mismos, querer
conocernos, dedicarnos a pensar, a poner orden en la vida. No podemos pensar
mirando a las musarañas, necesitamos silencio, cerrar nuestros ojos, ausentarnos
del bullicio. Nos vamos a topar con la verdad, si somos sinceros. Necesitamos
humildad para aceptarnos como somos, pero también un pensamiento positivo y
confiado para potenciar nuestros talentos dormidos. Nuestra conciencia va a
aparecer emitiendo sus juicios morales. Necesitamos ser lúcidos, críticos, pero
también sinceros y transparentes. Nos vamos a enfrentar a lo que somos y a lo
que dejamos de ser. Vamos a descubrir que somos seres trascendentes, pues todo
cuanto hacemos tiene eco de futuro. Vamos a soñar, a creer en las utopías. No
podemos pensar en el vacío, necesitamos formarnos, saber, leer, argumentar,
razonar. La vida interior es lo contrario de la confusión y el miedo, para ello
es necesario prepararnos para saber pensar con calma y con rigor lógico, para
no engañarnos, a pesar de las imágenes mentales que pueblen nuestra memoria.
Siempre necesitaremos acudir a maestros, a nuestros libros y manuales. Nunca la
interioridad debe ser motivo de inculpación y de castigo, aunque exija esfuerzo
de atención y concentración. Al contrario: nos hará crecer en autoconocimiento,
en libertad, en confianza y en paz con nosotros mismos.
3ª etapa: ESPIRITUAL y mística. Somos cuerpo espiritual, animado por la
vida que como soplo divino se nos ha dado. Tal vez la consideremos una
dimensión privilegiada que se nos escapa. La etapa psicoespiritual nos ha
descubierto nuestro yo profundo que busca la autenticidad y la verdad, el
camino que nos lleva a la vida plena del ser real que somos: Conciencia de
unidad, de totalidad. Esta etapa es un don, pues hallamos nuestra conciencia de
la verdad de ser indivisibles, que lo espiritual nos invade, nos produce
plenitud. Nos sentimos unidos a toda la humanidad, nos descubrimos en otra
dimensión: somos relación y comunión con la creación, con todas las personas,
con Dios. Estamos hechos a imagen de Dios. Tenemos en Jesús la verdad de lo que
somos. El fondo de nuestro ser es divino: Estamos enraizados en Dios. André Comte-Sponville, afirma abiertamente que “la
espiritualidad es el aspecto más noble del ser humano”.
-
Síntomas:
La fase de interioridad nos ha llevado a un encuentro profundo con nuestro ser
espiritual y con Dios, con las preguntas últimas de la existencia, con las
finalidades últimas de la existencia humana. Nos descubrimos dentro de la
globalidad de relaciones y surge una experiencia mística de comunión, de
fraternidad universal, de solidaridad con todo lo bueno, bello y verdadero.
Necesitamos disponer de una formación religiosa básica que nos dé las claves de
los conceptos espirituales que manejamos.
-
Remedios:
La base de formación cristiana nos permite dilucidar nuestro sentido de
criaturas frente a Dios, que se encarna en Jesús y nos asocia como hijos a su
plan salvador. Descubrimos que el motor que nos une y nos dinamiza es el Amor. Necesitamos
conocer la Buena Noticia que nos hermana y nos trasciende en plenitud. La
Oración sería la forma como respira nuestra alma. Oramos porque necesitamos a
Dios, porque nos sentimos hijos, porque contemplamos el Universo, la Creación,
Jesús, y nos maravillamos. El místico es testigo, porque se ha dejado llenar de
Dios y lo transmite en su ser, en sus palabras y acciones. Sentirnos en
comunión y comprometidos, responsables de los demás, porque son algo nuestro,
como una respuesta coherente y espontánea. Nos recuerdo el Papa Benedicto XVI: “Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es
como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran,
privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera
materialidad”.
- NIVELES DE VIDA INTERIOR
La evolución y
los diversos niveles a vida interior vienen marcados por las edades de la vida, las vivencias, los conocimientos, el grado
de atención que seamos capaces de adquirir sobre nuestro mundo interior y la
misma praxis de experiencia de vida interior. El silencio y la soledad son
enemigos rechazables para muchas personas, que sienten horror cuando tienen que
oír la voz interior agazapada. Para comprender estos modos de vida interior,
necesitamos recorrer los diversos umbrales por los que se llega a su auténtica
configuración:
-
Crecer
en vida interior significa que hay que seguir un proceso de formación, de
ascesis, ejercicio de las virtudes, de atención sobre sí, de autocontrol de
nuestras propias vivencias.
-
Aprender
a replegarse, buscar el silencio, reflexionar… exige voluntad, para llegar al
hábito del autoexamen, de la búsqueda de sentido y de paz.
-
La
vida interior se nutre de la vida exterior, con el control de saber cómo
alimentamos nuestro espíritu, qué tipo de alimentos, lecturas, conocimientos
nuevos, acciones positivas, compromisos, pueblan nuestra vida. En la vida
interior se encuentran la verdad, la belleza, el amor y lo más sublime que
seamos capaces de concebir.
-
La
vida interior es fruto de una experiencia compartida con otros en grupo o
Comunidad, donde se da el discernimiento, donde los criterios de nuestra
consciencia se aquilatan y se enriquecen por la visión de los demás.
-
La
vida interior se llena de fuerza cuando se expresa y cristaliza en formas de
vida espiritual: Oración, meditación, tiempo de discernir sentimientos y
anhelos profundos.
-
Los
frutos de la vida interior deben plasmarse lentamente a través de nuestro mundo
de relaciones, nuestras palabras, gestos y compromisos. La vida interior nos
lleva a la exigencia, al desprendimiento, a las relaciones más sinceras y
auténticas, a la donación y a la gratuidad. Encontrarnos con nosotros mismos o
con Dios ya no será un suplicio, sino un gozo y una experiencia de paz
profunda.
-
Podríamos
añadir alguna prácticas específicas de la espiritualidad lasaliana:
o
Vivir
en la presencia de Dios, con el recuerdo frecuente de que actuamos y caminamos
en su presencia.
o
Afición
a alimentarnos de la Palabra de Dios, fuente de luz para nuestra oración y para
nuestras motivaciones espirituales. Lectura frecuente y recuerdo de máximas
esenciales.
o
La
oración y meditación diaria, como encuentro con la verdad que nos abre el
camino y nos llena de fuerza cada día. Es la mejor fuente de temas de reflexión
para compartir con los educandos.
o
Autocontrol
y dominio de nuestros sentimientos y pasiones, para evitar cuanto pueda ser
indigno de nuestra condición de hijos de Dios.
o
El
examen de conciencia de diario o la revisión de nuestros pasos a la luz de
cuanto nos hayamos propuesto.
o
La
asidua frecuencia de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía.
o
La
práctica de una vida sobria y austera, que nos mantenga en forma espiritual
para responder a las exigencias de la vida diaria.
Todos estamos
invitados a profundizar en la vida interior, llegar a saborear la serenidad y
la paz de los místicos. He aquí algunas pistas que identifican la vida
privilegiada de los místicos:
Parafraseando a Raimon Panikkar, “el místico no es el que tiene esperanza
del futuro sino de lo Invisible”.
Todo él es ternura, pero también vigor, como dice
Leonardo Boff sobre Francisco de Asís. Es
frágil y fuerte a la vez. No puede soportar el dolor de los pequeños. Ve
desde ellos y para ellos, y su oración es siempre por ellos.
Es de una libertad soberana pero, a la vez, está al servicio de todos, porque
percibe la irrepetibilidad de cada persona y de cada cosa, y ello le hace
caminar por tierra sagrada. Acoge a cada ser como una epifanía y, estremecido,
se somete libremente porque sabe que su yo no le pertenece, sino que es sólo
receptáculo y testigo de las existencias ajenas.
Su existencia es un pasaje por el que otros transitan para
descubrirse a sí mismos. Como un icono, su sola presencia ayuda a los que le
rodean a descubrir la hondura que les habita. Él sólo calla y ve. Y su alegría,
tanto como su nostalgia, son inmensas y contagiosas.
“Cuando oréis,
no seáis como los hipócritas, porque les gusta
plantarse de
pie para orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para hacerse ver
por las gentes: os digo de verdad que han conseguido su recompensa. Tú, en cambio,
cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre
que está en lo escondido. Y tu Padre, que mira en lo escondido, te lo pagará”.
(Mt. 6, 5-6).
- CONCULSIÓN: La responsabilidad de la escuela –de la comunidad escolar- de despertar la vida espiritual de los alumnos
Para muchos
puede resultar un desafío fundamental esta tarea como dimensión última de los
valores y actitudes en los que se debe orientar a todos los educandos para una
formación integral. Para otros, cerrados a toda expresión espiritual, que
relegan al mundo privado, puede sonar a intromisión.
La ley 36 de la
instrucción pública canadiense “confía a la escuela la responsabilidad de
facilitar el camino espiritual de los alumnos”. Con carácter voluntario podemos
añadir a esta misión a las “capellanías” instituidas en los centros educativos
franceses.
Es evidente que
los jóvenes son sensibles a todos los valores y manifiestan una vida espiritual
incipiente. La búsqueda del sentido está en el corazón mismo de esta experiencia
esencial en todo ser humano. ¿En qué lugares la sociedad ofrece a los jóvenes
la construcción del sentido existencial? ¿No es la escuela uno de los lugares
más propicios para realizarlo de forma integral y al lado de todos los saberes
y dimensiones de la vida? Edgar Morin en uno de sus
ensayos más conocidos sobre educación precisa que “los conocimientos
científicos son solamente provisionales, pero desembocan sobre los misterios
que encierra el Universo, la Vida, el nacimiento del Ser humano. ¿Qué es más
importante que enseñar la condición humana, “aprender lo que significa el ser
humano”? Enseñar la comprensión de la existencia en un destino planetario,
abrir al joven al sentido ético del género humano, adquirir la conciencia
personal e individual, la responsabilidad que nos une a todos los que vivimos
la incertidumbre y la inseguridad en esta casa común. Todo esto exige formar el
espíritu, enseñar a pensar, enseñar a conocerse a través de la introspección,
abrir al individuo a la trascendencia de que todas nuestras decisiones
comportan una responsabilidad con la dignidad de toda la raza humana.
Si
la escuela debe desarrollar los valores que preparan para la vida, que fundan
la democracia, exige centrar la tarea en el ejercicio de una libertad responsable
que se pone a prueba en la interdependencia entre las personas que vivimos en
esta sociedad. El principio que admite la dimensión espiritual es el fundamento
de reconocimiento de la dignidad de la persona como ser espiritual, que lo
enfrenta con la obsesión de la modernidad: creer que la novedad es superior a
lo que es antiguo. La modernidad considerada como racionalidad instrumental
destruye el sentido de las cosas. Nuestra cultura tiene un déficit de sentido,
lo que exige que la escuela forme en el sentido crítico, pues perder el sentido
de ser, es perder la sabiduría y el camino que conducen a las fuentes de la
condición humana. Si se pierde la conciencia, se pierde la fuente de la
responsabilidad. La escuela no puede conducir a sus alumnos a caer en el
absurdo. La educación siempre será un compromiso con la búsqueda de la verdad y
de la libertad.
Se
puede y se debe favorecer el despertar y crecer en la vida espiritual en la
escuela, pero llenándola de contenidos bíblico-teológicos, reforzando las raíces
lógicas de nuestro mundo interior, creando el silencio, la atención y control
sobre sí, pero llenándolo de luz y sentido, en un diálogo humanizador y
responsable.
Cuando
el educador habla de lo espiritual entra en la esfera del espíritu, de lo trascendente,
de lo sagrado, de la interioridad. Pero
nadie como el educador puede y debe dar hondura a esta dimensión
específicamente humana que lleva a vivir la vida en plenitud. He aquí una
responsabilidad –una misión- que sólo se entenderá si se comparte con todos
aquellos que deben ser referentes, testigos, de los valores que viven.
Bibliografía:
Delors, J.
(1996): La educación encierra un tesoro.
Madris: UNESCO-Santillana.
Martínez Lozano,
E. (2007): Vivir lo que somos. Cuatro
actitudes y un camino. Bilbao: Desclée de Brouwer.
Martínez, Ocaña,
E. (2008): Buscadores de felicidad. Madrid: Narcea.
Schonborn, Ch, (2008): Hasard ou plan de Dieu? Paris:
Cerf.
Seligman, M.
(2003): La nueva psicología positiva
revoluciona el concepto de felicidad y señala el camino para seguirla.
Barcelona: Vergara.
Nº
|
INDICADORES DE INTERIORIDAD
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1
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2
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3
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4
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5
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1
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Experimentas
la necesidad de pensar y conocerte
más profundamente.
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2
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Crees que eres capaz de concentrarte, aislarte y
pensar en ti mismo.
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3
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Tienes
suficiente autocontrol para
aislarme del ruido y del mundo exterior.
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4
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Conoces técnicas de relajación, respiración
que te ayuden a conctrarte.
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5
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Buscas tiempo de silencio y soledad para encontrarte
y examinarte.
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6
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Lees, estudias, te informas para alimentar tu sed de informarte y
conocer.
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7
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Te preguntas por el sentido y la trascendencia de los acontecimientos.
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8
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Te examinas de tu propio proceder o es algo que no te importa.
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9
|
Crees que sabes leer la realidad de la
vida con claves de
sentido y auténtico valor.
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10
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Tienes experiencia de oración o es algo extraña y difícil para ti.
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Has pensado en
el valor de tu vida y por qué la
aprecias y valoras.
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Te has parado
a pensar cuál es la fuente de tu
felicidad, tu libertad, tu paz.
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Has pensado
alguna vez cómo vivir plenamente la
vida.
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Te has
interesado por los indigentes, por los
que su vida no tiene valor.
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Te preocupa
que la vida termine con la muerte.
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Te has
encontrado con el aviso de tu conciencia
o crees que es un mito.
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Has pensado
alguna vez si la Biblia o la Palabra de Dios pudiera aportar alguna luz en tu
vida.
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Asocias la maduración en la vida con tu mayor
capacidad para la soledad.
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Asocias el miedo al dolor, al estrés, a quemarte, a
la frustración con la falta de prevención a base de cultivar una rica
vida interior.
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Crees que te
enriquecería saber conocerte más por una seria práctica de la introspección.
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(A modo de
comprobación, se puede puntuar cada ítem sobre 5 puntos, de – a +, y conocer el
puesto sobre un baremo de 100 puntos, para discutir los niveles actuales de
vida interior y sus causas. Se pueden buscar otros items no incluidos aquí).
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