EDUCAR, CAMINO INTEGRAL DE
INTERIORIDAD
Lorenzo
Tébar Belmonte
(J. Delors (1996): La educación encierra un tesoro. Madrid: Santillana-UNESCO, pág.
108).
1. Valor pedagógico de la
interioridad
La interioridad es el vocablo que resume
todo un campo semántico que incluye
todas las actividades psicosomáticas que realizamos para aprender, conocernos y
proyectarnos al mundo que nos rodea y que nos trasciende. No podemos reducir la
interioridad a unas actividades concretas (corporales, lúdicas, espirituales,
creativas…), pues toda nuestra existencia está regida por nuestro sistema de
creencias, actitudes y valores que nos orientan en el entramado de relaciones
que nos ligan con nuestro entorno. Podríamos avanzar que la interioridad es el marco esencial sobre
el que se desarrolla toda la educación y que construye lentamente en el proceso
de maduración de toda persona.
Si tradicionalmente la escuela ha puesto
el acento en transmitir conocimientos, el nuevo paradigma que hoy se abre paso
lentamente es el que construye humanidad y desarrolla integralmente la persona,
capacitándola para aprender a aprender a lo largo de su vida en una sociedad
incierta. Los contenidos deberíamos considerarlos como medios, que necesitan operaciones cognitivas para ser
asimilados. Muchos de estos contenidos no son imprescindibles y en algún
momento pueden quedar obsoletos. Son
las habilidades de pensamiento, la lista o taxonomía de actividades mentales las
que constituyen la columna vertebral sobre la que giran los conocimientos y lo
que estructura la mente. Los docentes necesitan elegir y programar las
actividades que activen las habilidades que el alumno debe realizar para
asimilar unos contenidos concretos. De esta manera se concibe la educación como una lenta construcción en
equipo, porque todos los educadores, con sus respectivas materias, ayudan a
desarrollar y construir el potencial cada día más elevado, complejo y abstracto
que será el motor y el transformador de todos los aprendizajes.
Educar
en la interioridad es construir la persona sobre roca.
Nos importa resaltar y descubrir la importancia que tiene experiencia educativa
en la construcción de la vida interior de la persona. La propia definición de Jacques
Delors, que abre estas líneas, nos remite a la trascendencia que tiene la etapa
formativa en la forja de la persona, pues la misión específica de la educación
se orienta a elevar la capacidad de desarrollo del potencial intelectual del
educando, como organizador y asimilador de aprendizajes y valores vitales.
La educación actual tropieza con
obstáculos que hacen imposible la gozosa aventura del descubrimiento del mundo
interior que anida en cada ser. Vivimos en la era de la prisa, del ruido, del vértigo,
de la atrofia de la sensibilidad, del egoísmo y la deshumanización. Los sentidos son el filtro de los estímulos
que quieren acceder a nuestro mundo interior. La distorsión y deformación no
pueden aportarnos imágenes nítidas y positivas que pasan a un tratamiento
integral. Sabemos que aprendemos también con nuestras vísceras. Bañamos con
sentimientos y afectos nuestros aprendizajes, para disolverse en la maravillosa
homeostasis que les da vida y sentido en el almacén del recuerdo. El trabajo
interior necesita buenas representaciones, imágenes nítidas para perdurar.
La vida interior existe en cada ser: es
su potencial, su vida más profunda y completa, que debe aflorar a medida del
desarrollo y madurez. “Educare-educere”
significa hacer aflorar el potencial de vida que todos llevamos dentro de
nosotros mismos. Educar no es llenar la mente de conocimientos, sino
desarrollar el potencial interior oculto, la capacidad de reflexionar, razonar,
comprender, aplicar los conocimientos a la vida, es proyectarnos a la
existencia con sentido, capacitarnos para mirar la vida desde nuestros
sentimientos, afectos, anhelos, experiencias atesoradas y que nuestro corazón
baña y da calor. Los contenidos de conocimiento son la materia que utilizamos y
organizamos para relacionarnos con el mundo, que a su vez son intangibles,
guardados como imágenes mentales.
La interioridad resume todo el proceso
que sigue a la llegada de los estímulos a nuestros sentidos. Los humanos somos transformadores de
información, que asimilamos, almacenamos y evocamos de forma misteriosa. El
cerebro es un órgano maravilloso, que sigue transformándose en esa propiedad
que la neurociencia llama “autoplasticidad”.
No veríamos, ni oiríamos, ni conoceríamos, si el cerebro no hiciera sus
innumerables conexiones sinápticas, a velocidad de vértigo, en ese laberinto de
cables neuronales que interconecta nuestro mundo interior.
Interiorizar es el nombre común de la
acción de procesar-elaborar cada una de nuestras operaciones o habilidades
cognitivas: Definir, comparar, clasificar, analizar, sintetizar, razonar,
transferir, etc. Éstas son las auténticas operaciones invisibles que nos hacen
crecer en nuestro potencial intelectual. Nuestra mente salta y galopa,
permitiéndonos trascender o conjeturar el futuro, trascender el presente, el
espacio en que vivimos, la realidad que nos envuelve. La trascendencia es la actividad cognitiva más genuinamente humana,
que nos permite imaginar, crear mundos nuevos y adelantarnos al futuro y saltar
al mundo espiritual.
Enfrentarnos con la realidad virtual, la
metáfora, los símbolos, la analogía o la hipérbole exige una pirueta mental
para traducir e interpretar significados. El ser humano es un ser simbólico,
transformador, que a través del lenguaje, como predisposición única entre todos
los seres, da forma y toma conciencia de
cómo se produce el conocimiento. Sólo el ser humano es capaz de desdoblarse
y pensarse a sí mismo (metacognición).
2. Convergencia de dos mundos:
Pedagógico y Pastoral
La fuerza transformadora de la educación
se manifiesta por el despertar y el crecimiento
de las sensibilidades que abren a nuevos significados y al sentido de la
vida. Aprender debería ser para todo educando una experiencia gozosa, un
descubrimiento incesante de la verdad,
la belleza y el bien. Fedor Dostoievski afirmó que “la belleza salva el mundo”, sin tener en cuenta los otros aspectos
que dan pleno sentido al ser humano: el amor, la búsqueda de la verdad, la empatía,
la bondad, la compasión, la responsabilidad (ética) que nos relaciona con los
demás y donde se pone en juego nuestra compleja experiencia de la vida.
En la interioridad confluyen los dos
grandes caminos de la misión educativa: La Pedagogía y la Pastoral, que
mutuamente se complementan. ¿Qué es lo
que les une y les distingue?
Les une una misma actividad
interiorizada, donde mente y corazón se armonizan y se expresan. Toda ascensión
cognitiva favorece la profundidad del espíritu, a la vez que lo prepara para la
comprensión y el goce. Les une la
necesaria estructura psicológica para trabajar con imágenes mentales, para
crear escenarios personales. Todos los estímulos pasan por los sentidos, como
explicaban los empiristas, pero todo se depura y se elabora en la razón y en
los afectos. El mundo simbólico de los conceptos religiosos exige una
preparación para la traducción y comprensión de un vocabulario abstracto, de
orden superior. Sin olvidar que el lenguaje es el código simbólico más
abstracto, sólo usado por los humanos.
Marguerite Lena ha descrito bellas
páginas sobre la aventura de la
educación, como una tarea espiritual: “Creer
en la vida del espíritu es creer que en todo ser humano, cualquiera que sea el
peso de los condicionamientos inconscientes, biológicos o sociales, existe una
aptitud para discernir la verdad y preferirla a la mentira, para comprometerse
y para amar… El espíritu designa el principio de nuestra identidad más singular
y la condición de nuestra aventura más universal, la fuente de toda fidelidad
creadora y de toda resistencia a lo inaceptable. Formar el espíritu: tal es, en
efecto, la prioridad de una educación cristiana… En el sentido más profundo del
término, el espíritu constituye, de
alguna forma, la estructura de acogida, en el hombre, del Espíritu de Dios”
(pág. 234-5).
El espíritu se despierta con los temas
profundos y con las grandezas del conocimiento. A través de la gran obra
pastoral del Papa Juan Pablo II con los jóvenes, encontramos clarificado este
principio formativo del espíritu, que nos capacita para traducir y para
desmitificar el mundo en que vivimos: “Aprended
cada vez con más hondura a reflexionar y a pensar. Los estudios que realizáis
os deben aportar el aprendizaje de la vida del espíritu. Desenmarcarad los
slogans, los falsos valores, el vértigo, los caminos sin sentido. Os deseo el
espíritu de recogimiento y de interioridad”. (Juan-Pablo II, 1980: Mensaje
a los jóvenes. Documentation catholique,
nº1788).
3. De la lógica del niño a la lógica
del adolescente
Es inevitable recordar el trasiego de las operaciones concretas a las
operaciones formales, como propone Piaget, para persuadirnos de la
necesidad de cuidar los procesos de desarrollo y evitar los saltos en el vacío
o la pretensión de construir una interioridad sin bases sólidas. En todo este
planteamiento genetista el lenguaje juega
un papel esencial, para la
comprensión y la cristalización del pensamiento. El razonamiento necesita
del lenguaje y éste tiene un alto nivel de implícitos, de los que cada sujeto
tiene que extraer sus inferencias lógicas. Y sin olvidar que el lenguaje sólo
traduce de modo muy aproximado la estructura real del pensamiento, de ahí la
importancia de una relación dialógica en educación, que dé la palabra al
alumno, para que descubra su propio yo y exprese su identidad.
Para acceder a las operaciones formales, desde las operaciones concretas, el aprendiz
debe dar el salto del descubrimiento de relaciones y composición de clases (por
comparación o clasificación) a operaciones proposicionales, que exigen un
pensamiento transitivo y un razonamiento de sucesiones de inferencias
pertinentes. Estas actividades interiorizadas exigen una preparación y
ejercitación de la atención, la reversibilidad, la aplicación de leyes de
transitividad, de silogismo, etc. La formación de la abstracción requiere una
pedagogía dialógica con la que el pensamiento toma cuerpo y crea sentido. La
creación de imágenes mentales que traduzcan datos o proposiciones exige el
camino de la concentración, de la atención y del autocontrol en el manejo de
símbolos y su decodificación en cada caso, para después elaborar conclusiones y
principios generalizadores. Conocer y seguir escalando los peldaños de una
taxonomía cognitiva de ritmo ascendente, adaptado al potencial de cada alumno,
es el auténtico itinerario constructor de interioridad y estructuración de la
mente del alumno. (Piaget, 1996, pág. 236).
De
la operación concreta al problema hay un salto
de enorme complejidad, que exige adiestramiento y autonomía, pues los problemas
del aula deben preparar para la vida. Ante el enunciado de un problema el
educando necesita criterios de selección de la información más significativa.
Echa mano de símbolos y códigos, para
representar y simplificar el manejo de datos. La elaboración de la información
exige la comprensión de las operaciones que se deben planificar para que entren
todos los procesos y combinación de factores. Sólo a través de la coordinación
de las operaciones concretas, desembocará en la combinatoria inherente a la
lógica de los problemas, de las proposiciones verbales, en el pensamiento lógico
formal.
En la resolución de problemas entra en
juego el dominio de algoritmos en
toda su complejidad (los pasos imprescindibles para hallar la respuesta
correcta), dando estructura a la mente. Así como con todas las formas más
diversas o modalidades de representación de los datos elaborados (diagramas,
gráficas, cuadros, tablas, etc.). (Piaget, 1996, pág. 239).
4. El camino hacia la interioridad:
El ser humano se construye en la relación con los demás: “Somos lo que los demás nos han ayudado a
ser”, que definía Vygotski en tu teoría sobre la construcción social de la
mente. Martin Buber inmortalizó su conferencia con el título: “La relación, alma de la educación”.
También el gran impulsor del pionero proyecto del Ministerio de la inteligencia
en Venezuela, Luis Alberto Machado, encomia la relación como la palabra talismán que permite descubrir el
significado y el sentido de lo que somos y conocemos. Aprender es relacionar y
encontrar lazos que hilvanan las informaciones de todas las formas posibles. La
educación se debe centrar en la construcción
de humanidad (Nussbaum), queriendo explicitar este concepto integral que no
excluye ningún campo ni forma de interacción con el educando, en estos tiempos
de reduccionismos laicistas y de fundamentalismos erráticos. Nada humano debe
ser extraño al profesional de la educación: “Ser
persona significa, ante todo, tener la posibilidad de distinguirse a sí mismo
de los demás, preservar la interioridad de su propio ser y poseer así una
esfera íntima” (Haring, p. 113).
Más que etapas del camino podríamos
hablar de procesos de construcción,
pues se puede acceder de muchos modos a la interioridad y pueden darse muy
diversas formas de estimular la maduración. La secuenciación de las etapas
puede diferir con las de la madurez:
1.
Construcción
de humanidad: Introspección. Donde se da el despertar a la
vida con todas las técnicas de formación psicobiológica, que tienen en cuenta a
la persona completa: Abrir los ojos y asombrarse ante el universo, experimentar
la acogida amorosa, ser objeto del amor, contemplar el cielo estrellado, saborear
el arte, la música, crear lazos de empatía y armonía. Tiene en cuenta la visión
antropológica actual, sumida en toda clase de riesgos y carencias, desde la familia
hasta la sociedad. El individuo toma conciencia de sí mismo junto a los demás,
asume su identidad a través de los cuatro
modos de actuar que enumera Paul Ricoeur: a) el lenguaje, para la comunicación; b) la acción, para el hombre actor; c) la narración, para el hombre descriptor de su vida y d) la ética, para el hombre responsable. Sirva
el criterio de B. Haring: “El hombre
entero –cuerpo y alma- es creado a imagen de Dios y cuerpo y alma van juntos en
la acción moral, pues es el hombre entero el que se compromete”. (Haring, p. 100).
2.
La
conciencia: La busca de sentido. Se ha
llamado a la conciencia la “facultad espiritual”, facultad subjetiva, la voz
que llama, el dios que exhorta, espíritu vengador que no cesa de interpelarnos.
Sócrates tendrá su “demonio” interior
que le incita al bien. Séneca habla
de “Dios cerca de ti, en ti”. San
Agustín la llamará “el maestro interior”. Se nos llena la mente de cuestiones
ante la vida, el dolor, el mal, la muerte… V. Frankl es el maestro superviviente
de Auswitch en este tema fundamental, que gustaba citar a Nietzsche: “Quien tiene un por qué para vivir,
encontrará casi siempre un cómo”. Y su mejor consejo: “Lo que de verdad necesitamos es un
cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por
nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa
que no esperemos nada de la vida, sino si
la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas
sobre el significado de la vida, y, en vez de ello, pensar en nosotros, como
seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente… Vivir significa asumir la responsabilidad de
encontrar la respuesta correcta a los problemas que ella plantea y cumplir las
tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”. (Frankl, p. 113).
3.
El
razonamiento: Aprendizaje de la abstracción. El
pensamiento se rige por reglas y por principios de la lógica formal. Todo el
juego de actividades mentales que dictaminan sobre la veracidad y falsedad se debería
hallar en nuestra mente. Este gobierno racional es íntimo y personal, fruto de
un proceso de elaboración interiorizada –abstracción-, que nos va distanciando
cada vez más del mundo sensible. La ascensión a los altos niveles de la lógica formal- proposicional- son el desafío de la
educación en la construcción de la mente de cada uno de los educandos. La
proyección de relaciones virtuales, la rotación de posiciones y de figuras en
nuestra mente, el descubrimiento de respuestas posibles con variables diversas,
exigen un proceso de interiorización, de elaboración y transformación para
poder dar una respuesta cierta. El
sentido crítico, como actitud libre y buscadora de verdad, sería la
manifestación intelectual más completa de interiorización.
4.
El
conocimiento: La comprensión. El
conocimiento es fruto de la asimilación, sentido y significación entre los
contenidos de aprendizaje. El bagaje de datos será siempre la materia básica
que nos permita situarnos en la realidad y proyectar sentido al mundo. La
comprensión se logra por el descubrimiento de relaciones entre los saberes, la
selección interiorizada de elementos esenciales y la asimilación. Aquí evocamos
la denuncia de la fragmentación
entre los conocimientos –de Edgar Morin- que ha sido el fallo de la pedagogía
tradicional, al separar los contenidos disciplinares entre ellos, impidiendo
descubrir las conexiones y la mutua conexión y complementariedad de los
saberes. La reestructuración interiorizada en nuestro campo mental de los
nuevos conocimientos, generando un nuevo mapa conceptual, es el resultado del
auténtico proceso de elaboración interiorizada de datos asimilados.
5.
La
trascendencia: La responsabilidad. Para los
filósofos de la ética, la responsabilidad es el desafío esencial. La dimensión futura
de las acciones responsables del ser humano trascienden el aquí y ahora, en
razón de un nuevo contexto planetario, por las consecuencias imprevisibles de
sus acciones. Tanto Paul Ricoeur como Hans Jonas advierten de la preocupación
de que “la promesa de la tecnología moderna
se transforme en amenaza”. Así el hombre se convierte en responsable del futuro más lejano de la humanidad. De ahí
que Hans Jonas reformula el imperativo
categórico kantiano con fuerza de universalidad: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la
permanencia de una vida humana auténtica en la tierra”; o, expresado
negativamente: “obra de tal modo que los
efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esta
vida”; o simplemente: “No pongas en
peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la
Tierra”. (Jonas, pág. 40). Pero siguen en pie las tres cuestiones kantianas
que orientan el quehacer humano que cuestionan la trascendencia de su acción: “¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo ser? ¿Cómo debo
vivir?
6.
La
espiritualidad: Religiosidad. Es la etapa
de encuentro y compromiso religioso. Toda religiosidad está bañada de afectos.
El corazón es la sede de las disposiciones espirituales, ante todo del amor. Si
el corazón es puro, se orientará espontáneamente hacia lo que puede colmarlo de
verdad. El reto se sitúa en saber poner la razón y el corazón en armonía. El
contenido religioso con la profundidad de su mensaje permite descubrir
lentamente la sublimidad y el misterio que la revelación encierra. El hombre
tiene sed de infinito y necesita encontrar respuestas a su búsqueda de verdad y
trascendencia. La impregnación religiosa exige la humildad de quien se siente
necesitado, para orienta la vida hacia la paz profunda. La fe se alimenta y se
expresa por el conocimiento gozoso de la Palabra de Dios, Buena Noticia, orada
y celebrada en comunidad, testimoniada en el compromiso con los demás y vivida
con gozo. Para el cristiano, creado a imagen y semejanza de Dios, debe
descubrirse templo del Espíritu. El Espíritu Santo es el don que le guía hacia
el conocimiento de la verdad plena.
A
modo de conclusión
Estas pueden ser algunas pistas para
comprender que la vida interior se está forjando en cada minuto de la vida
educativa escolar. Cada situación de aprendizaje nos pone en el disparadero de
activar las funciones mentales y las habilidades que nos permitirán construir
nuestro potencial mental y espiritual. La consecuencia lógica apunta a conocer
la amplia taxonomía por la que se escala hacia la cumbre del desarrollo
espiritual de la persona, que debe presidir la carrera de los aprendizajes,
pues lo que ensambla y da unidad a los aprendizajes es esta construcción
esencial de nuestras potencialidades cognitivas. Cuando estamos aprendiendo un
teorema, cuando estamos haciendo un crucigrama, un sudoku o resolviendo un
problema, saboreando una pieza musical, estamos activando una serie de
habilidades mentales, que son comunes, en su esencia, y que se trabajan con
contenidos y modalidades diversas. El educador proyecta cada una de estas
claves psicopedagógicas sobre las actividades de aprendizaje, capta ritmos,
esfuerzos, avances…, y descubre un nuevo ámbito de dinamismo espiritual,
causante de nuestro crecimiento y desarrollo potencial. Ésta es la rica unidad
que aporta la educación a la construcción de la interioridad del ser humano.
Ésta es también la gran incorporación psicopedagógica que puede dar calidad y
eficiencia a la experiencia metodológica de enseñanza-aprendizaje en las aulas.
Sin miedo a equivocarnos, podemos afirmar que enseñar/aprender es una obra
interiorizada y espiritual.
______________
Bibliografía:
Buber
M. (2001): La relation, âme de
l’éducation? Paris: Parole et silence.
Delors,
J. (1996): La educación encierra un
tesoro. Madrid: Santillana-UNESCO.
Dufour, X. (2006): Enseigner,
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V.E. (1998): El hombre en busca de
sentido. Barcelona: Herder.
Haring, B. (1959): La
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Inhelder,
B. et Piaget, J. (1996): De la lógica del
niño a la lógica del adolescente. Barcelona: Paidós.
Jonas,
H. (2008): El principio de
responsabilidad. Barcelona: Herder.
Lena,
M. (2004): L’esprit de l’éducation.
Paris: Parole et silence.
Machado,
L.A. (1990): La revolución de la
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Morin,
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Barcelona: Seix Barral.
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M.C. (2005): El cultivo de la humanidad.
Barcelona: Paidós.
Petitclerc,
J.M. (2005): Spiritualité de l’éducation.
Paris: Don Bosco.
Poletti, R., et
Dobbs, B. (2002): Donner du sens à sa vie.
Genève: Jouvence.
Tébar,
L. (2009): El profesor mediador del
aprendizaje. Bogotá: Magisterio.
(2011): O perfil do professor mediador. Pedagogía da Mediaçao. Sao Paulo:
SENAC.
Vygotski,
L.S. (1995): El desarrollo de los
procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.
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